lunes, 27 de febrero de 2012

El gran escape…

Eran las diez de la mañana de un día domingo… Sentado en una silla que estaba junto a la cama, miraba con gran asombro, como colocaban mi ropa en una gran maleta. Todas las piezas: camisas, pantalones, calcetines, pañuelos, camisetas y todas las demás, tenían las iniciales de mi nombre y apellido, hecho con bastante hilo y aguja. En la tarde me llevarían a una escuela católica, de la orden franciscana. Ésta funcionaba, también, como un internado.

Nunca tuve ninguna limitación para salir de la casa… Me iba para donde quería, ya fuera para un campo de juego, río, al cine, o simplemente, andar por la calle haciendo cualquier trabajo, que me reportara algún dinero. Vivir con diferentes familias, durante periodos cortos y que éstas no se sintieran tan responsables de mi persona, facilitó el camino para que yo, desde corta edad, anduviese por la calle. Según estas personas, mi conducta era tan mala, que me abandonaban a mi suerte y otros optaban por meterme en internados. La intención era deshacerse de mí. ¡Así lo entendía siempre…!

En la puerta de la escuela me recibió un cura –sacerdote católico- ¡Por cierto, me enviaron solo en un taxi, con una nota…! El cura me llevó a una gran sala, donde sentaban a todos los niños, que al igual que yo, iban llegando en ese momento. Cursaría el quinto grado de la escuela básica. Cumpliría dentro de dos meses, el dieciocho de mayo, la edad de once años.

Ese mismo día nos acomodaron en las habitaciones. ¡…Bueno! Se trataba de una sola sala con varios camarotes. A mí me tocó dormir en la parte baja. Cerca de cada camarote, estaban grandes estantes, en forma rectangular. Cada gaveta de los estantes tenía una etiqueta con el nombre de los estudiantes. Aquí tendríamos que guardar la ropa interior, pijamas, camisetas, y demás piezas menudas. Y en otro mueble, colgaríamos los uniformes escolares y los vestidos para fin de semana, que más bien eran pantalones jean y suéteres. En fin, lo que predominaba era el orden y la limpieza en todo… ¡Y hay que no cumpliéramos…! Nos aplicarían las sanciones disciplinarias, establecidas en el reglamento de la escuela.

En la tardecita nos llevaron al comedor a recibir la cena. Yo creo que lo único que me gustaba de la escuela era la rica comida que servían. Después, siempre en fila, acudimos a la iglesia. No había que ir lejos, ya que aquélla estaba pegada al edificio de la escuela. La gente que asistía a la iglesia entraba por la puerta principal, que estaba frente a la calle. Nosotros los alumnos: lo hacíamos por un pasillo, desde la escuela. ¡Por cierto…! Las aulas de clases estaban en la planta baja. Arriba, en el primer piso, se ubicaban los dormitorios; salas de estudio, meditación y cine, comedores, cocina, etc. Y el segundo y último piso, no se utilizaba, ya que estaba en remodelación. Detrás del plantel escolar, había una gran cancha de baloncesto, de fútbol y hasta un lugar con aparatos de diversión para niños. Todo estaba protegido por una fuerte y segura cerca.

Por fin llegó el primer día de clases, el día lunes… Sólo había pasado unas horas desde que llegué; sin embargo, para mí las horas ya parecían eternas. La ansiedad por salir de ese lugar me ahogaba. Durante las clases, cuyo periodo era de siete de la mañana a una de la tarde, no podía ni siquiera hablar por el llanto que tenía atravesado en la garganta ¡Como un buen hijo de gitanos, quería ser libre! Para mí ser libre significaba vivir en la calle…

Mientras los maestros y compañeros hablaban, yo estaba muy lejos… ¡Mi mente recorría lugares distantes…! ¡Y mi garganta quería soltar un grito de llanto, que por nada del mundo podía dejar que escucharan…!

¡Por fin…! El timbre de salida terminó con mi larga agonía… ¡Ahora a planear mi escape de ese lugar! Me pareció fácil escaparme; incluso, hasta por la puerta principal; ya que en horas de clases, algunos internos, aprovechábamos para asomarnos a la entrada principal de la escuela, donde llegaban los vehículos y buses escolares, a buscar a los estudiantes que no eran internos.

Pasó casi un mes y mi agonía por salir de eses lugar, cada vez era más fuerte. Quería sentirme otra vez “libre como el viento”. Pero, sentía miedo al intentar escaparme… En lo más profundo de mí ser se asomaba la esperanza de que todo cambiaría y finalmente sería feliz aquí… No obstante, como un martillo cuando golpea el clavo, mi mente me repetía una y otra vez… ¡Te vas a quedar aquí para siempre…!

Eran las siete de la noche, de un día cualquiera de semana -¡no recuerdo cual!- todos los estudiantes estábamos reunidos con un sacerdote consejero, en la planta baja. En ese momento, el cura regañaba a un estudiante por irrespetuoso. Yo no aguantaba más…Este era el día del gran escape…

---- ¡Disculpe! Puede darme permiso para ir al baño. –Le dije al sacerdote.

Con tan mala suerte que me mandó al baño que estaba allí cerca. A mí se me había olvidado de lo nervioso que estaba, que allí había un servicio (baño). Yo tenía todo planeado para que me mandara a la parte superior –primer piso- y desde allí lanzarme a la calle.

Pero, en un abrir y cerrar de ojos, la suerte me favoreció. El baño no se podía abrir, lo habían trancado. En vista de que el cura no tenía las llaves, me indicó que subiera al primer piso…

---- ¡Eso sí…! ¡Bajas enseguida…! --Me enfatizó el sacerdote.

Una vez arriba, en el primer piso, me fui directo a bajar una escalera que tenía acceso a la calle, a través de una puerta de hierro. Intente abrir la puerta, pero, no pude. Tenía varios candados que no había visto.

Para disimular me detuve en la cocina, que ya la estaban cerrando, y le pedí a una de las cocineras, que me regalara un vaso con agua. Le hice la observación de que el cura me había enviado a buscar algo… Aparentemente, no tuvo malicia en ese instante… Una vez que me tomé el agua, aproveché que la señora me dio la espalda y subí al último piso que estaba en remodelación.

Obviamente, por estar en remodelación, tenía algunas puertas abiertas… Llegué a la orilla del piso, mirando la calle que estaba a los lados del edificio. Hacía abajo todo se veía oscuro y solitario. No había luz en ese momento en la calle. ¡Mi cálculo falló…! El segundo piso era muy alto… Tenía que tomar una decisión rápida… No había marcha atrás… ¡…Me lancé al vacío…!

Afortunadamente, caí sobre un cerro de arena. No me pasó absolutamente nada… ¡A correr…! ¡Jamás regresé al internado…! Sin embargo, las enseñanzas recibidas, aunque fuera por poco tiempo, nunca las he olvidado…





Por:
Eric Enrique Aragón



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