Hubo un
tiempo en que la palabra tenía gran valor. Bastaba con que se afirmara, negara
o se dijera algo, para que los interlocutores creyeran que así sería.
El
pensamiento “iba de la mano con las acciones”. Las ideas se materializaban en
hechos muy concretos. Y para poner el toque final: “el respeto a los principios
morales daba más autoridad a las palabras”.
Algunas
prácticas positivas han quedado en el recuerdo y lo más seguro es que gran
parte de esta nueva generación las olvide. En la actualidad –llámese tiempos
modernos- la palabra de una persona es poco creíble, porque la distancia entre
lo que se dice y hace cada vez es mayor. Este individuo no es consistente en su diario vivir.
Todos
nosotros en algún momento de nuestra infancia, nos dejamos llevar por lindos
sueños, que hubiésemos querido que jamás terminaran. Soñamos con ser pilotos de
avión, bomberos, doctores, carpinteros… Y hasta con encontrar el verdadero amor…
No existe para un niño límites... Todo lo puede en sus sueños. Esta es la cualidad que convierte a
los infantes en seres privilegiados; tanto así, que El Salvador del mundo,
nuestro señor Jesús los colocó en un sitial único y especial.
Algunos
alcanzan sus sueños, otros lamentablemente No. El común denominador de aquellos que llegaron a sus metas o acumulan éxitos
a lo largo del camino de la vida es la "consistencia".
Son
personas que conocen sus fortalezas y debilidades, saben perfectamente hacia dónde
quieren ir, y están dispuestos a trabajar muy duro para realizar sus sueños.
Vivir de
acuerdo a los ideales de superación significa: trabajar, ser disciplinado,
honrado, respetuoso con los semejantes, persistente, amar a la familia y
respetar al Altísimo.
“Fije
metas de superación, trabaje duro para alcanzarlas y sea consistente siempre en
todos los actos de su vida diaria”.
Por: Eric
Enrique Aragón