NOTICIAS Y COMENTARIOS SOBRE TEMAS DE ACTUALIDAD... Medio informativo y cultural, que se creó con la finalidad de orientar, instruir y motivar a los lectores... Eric Enrique Aragón / Director y Fundador / aragon044@yahoo.com
viernes, 30 de marzo de 2012
domingo, 18 de marzo de 2012
Gente laboriosa
Las naciones
progresan gracias a hombres y mujeres que no le temen al duro trabajo.
Valientes personas que se enfrentan día a día a los sacrificios, inclemencias de la naturaleza, a sus propias debilidades y a toda clase de peligros.
Valientes personas que se enfrentan día a día a los sacrificios, inclemencias de la naturaleza, a sus propias debilidades y a toda clase de peligros.
En los cuatro puntos
cardinales del planeta, se hallan estos verdaderos héroes: que se levantan al
amanecer, se encomiendan a Dios y marchan a la faena diaria; con tal de
conseguir el bienestar para sus familias, y por tanto, el desarrollo del país.
No reciben un
galardón ni grandes homenajes; pero, se les puede comparar con el dios Zeus
(mitología griega).
Se sienten en paz con ellos mismos y con la humanidad; porque cuentan con las armas más poderosas: una voluntad inquebrantable para el trabajo y la bendición de Dios.
Se sienten en paz con ellos mismos y con la humanidad; porque cuentan con las armas más poderosas: una voluntad inquebrantable para el trabajo y la bendición de Dios.
Gran parte de esta
gente trabajadora, desarrolla un gran amor por sus familias y le dejan a sus
hijos la mejor herencia: el amor por el trabajo.
Si los gobernantes
del mundo entendieran que la única forma de evitar, que las nuevas generaciones
sean vulnerables a la vida fácil, es por medio del amor al trabajo: indudablemente
mejorarían las políticas de gobierno en este aspecto.
“Dios y Nuestro Señor
Jesucristo bendigan, hoy y siempre, a estos valientes héroes y a sus
familiares”
Por:
Eric Enrique Aragón
lunes, 27 de febrero de 2012
El gran escape…
Eran las diez de la mañana de un día domingo… Sentado en una silla que estaba junto a la cama, miraba con gran asombro, como colocaban mi ropa en una gran maleta. Todas las piezas: camisas, pantalones, calcetines, pañuelos, camisetas y todas las demás, tenían las iniciales de mi nombre y apellido, hecho con bastante hilo y aguja. En la tarde me llevarían a una escuela católica, de la orden franciscana. Ésta funcionaba, también, como un internado.
Nunca tuve ninguna limitación para salir de la casa… Me iba para donde quería, ya fuera para un campo de juego, río, al cine, o simplemente, andar por la calle haciendo cualquier trabajo, que me reportara algún dinero. Vivir con diferentes familias, durante periodos cortos y que éstas no se sintieran tan responsables de mi persona, facilitó el camino para que yo, desde corta edad, anduviese por la calle. Según estas personas, mi conducta era tan mala, que me abandonaban a mi suerte y otros optaban por meterme en internados. La intención era deshacerse de mí. ¡Así lo entendía siempre…!
En la puerta de la escuela me recibió un cura –sacerdote católico- ¡Por cierto, me enviaron solo en un taxi, con una nota…! El cura me llevó a una gran sala, donde sentaban a todos los niños, que al igual que yo, iban llegando en ese momento. Cursaría el quinto grado de la escuela básica. Cumpliría dentro de dos meses, el dieciocho de mayo, la edad de once años.
Ese mismo día nos acomodaron en las habitaciones. ¡…Bueno! Se trataba de una sola sala con varios camarotes. A mí me tocó dormir en la parte baja. Cerca de cada camarote, estaban grandes estantes, en forma rectangular. Cada gaveta de los estantes tenía una etiqueta con el nombre de los estudiantes. Aquí tendríamos que guardar la ropa interior, pijamas, camisetas, y demás piezas menudas. Y en otro mueble, colgaríamos los uniformes escolares y los vestidos para fin de semana, que más bien eran pantalones jean y suéteres. En fin, lo que predominaba era el orden y la limpieza en todo… ¡Y hay que no cumpliéramos…! Nos aplicarían las sanciones disciplinarias, establecidas en el reglamento de la escuela.
En la tardecita nos llevaron al comedor a recibir la cena. Yo creo que lo único que me gustaba de la escuela era la rica comida que servían. Después, siempre en fila, acudimos a la iglesia. No había que ir lejos, ya que aquélla estaba pegada al edificio de la escuela. La gente que asistía a la iglesia entraba por la puerta principal, que estaba frente a la calle. Nosotros los alumnos: lo hacíamos por un pasillo, desde la escuela. ¡Por cierto…! Las aulas de clases estaban en la planta baja. Arriba, en el primer piso, se ubicaban los dormitorios; salas de estudio, meditación y cine, comedores, cocina, etc. Y el segundo y último piso, no se utilizaba, ya que estaba en remodelación. Detrás del plantel escolar, había una gran cancha de baloncesto, de fútbol y hasta un lugar con aparatos de diversión para niños. Todo estaba protegido por una fuerte y segura cerca.
Por fin llegó el primer día de clases, el día lunes… Sólo había pasado unas horas desde que llegué; sin embargo, para mí las horas ya parecían eternas. La ansiedad por salir de ese lugar me ahogaba. Durante las clases, cuyo periodo era de siete de la mañana a una de la tarde, no podía ni siquiera hablar por el llanto que tenía atravesado en la garganta ¡Como un buen hijo de gitanos, quería ser libre! Para mí ser libre significaba vivir en la calle…
Mientras los maestros y compañeros hablaban, yo estaba muy lejos… ¡Mi mente recorría lugares distantes…! ¡Y mi garganta quería soltar un grito de llanto, que por nada del mundo podía dejar que escucharan…!
¡Por fin…! El timbre de salida terminó con mi larga agonía… ¡Ahora a planear mi escape de ese lugar! Me pareció fácil escaparme; incluso, hasta por la puerta principal; ya que en horas de clases, algunos internos, aprovechábamos para asomarnos a la entrada principal de la escuela, donde llegaban los vehículos y buses escolares, a buscar a los estudiantes que no eran internos.
Pasó casi un mes y mi agonía por salir de eses lugar, cada vez era más fuerte. Quería sentirme otra vez “libre como el viento”. Pero, sentía miedo al intentar escaparme… En lo más profundo de mí ser se asomaba la esperanza de que todo cambiaría y finalmente sería feliz aquí… No obstante, como un martillo cuando golpea el clavo, mi mente me repetía una y otra vez… ¡Te vas a quedar aquí para siempre…!
Eran las siete de la noche, de un día cualquiera de semana -¡no recuerdo cual!- todos los estudiantes estábamos reunidos con un sacerdote consejero, en la planta baja. En ese momento, el cura regañaba a un estudiante por irrespetuoso. Yo no aguantaba más…Este era el día del gran escape…
---- ¡Disculpe! Puede darme permiso para ir al baño. –Le dije al sacerdote.
Con tan mala suerte que me mandó al baño que estaba allí cerca. A mí se me había olvidado de lo nervioso que estaba, que allí había un servicio (baño). Yo tenía todo planeado para que me mandara a la parte superior –primer piso- y desde allí lanzarme a la calle.
Pero, en un abrir y cerrar de ojos, la suerte me favoreció. El baño no se podía abrir, lo habían trancado. En vista de que el cura no tenía las llaves, me indicó que subiera al primer piso…
---- ¡Eso sí…! ¡Bajas enseguida…! --Me enfatizó el sacerdote.
Una vez arriba, en el primer piso, me fui directo a bajar una escalera que tenía acceso a la calle, a través de una puerta de hierro. Intente abrir la puerta, pero, no pude. Tenía varios candados que no había visto.
Para disimular me detuve en la cocina, que ya la estaban cerrando, y le pedí a una de las cocineras, que me regalara un vaso con agua. Le hice la observación de que el cura me había enviado a buscar algo… Aparentemente, no tuvo malicia en ese instante… Una vez que me tomé el agua, aproveché que la señora me dio la espalda y subí al último piso que estaba en remodelación.
Obviamente, por estar en remodelación, tenía algunas puertas abiertas… Llegué a la orilla del piso, mirando la calle que estaba a los lados del edificio. Hacía abajo todo se veía oscuro y solitario. No había luz en ese momento en la calle. ¡Mi cálculo falló…! El segundo piso era muy alto… Tenía que tomar una decisión rápida… No había marcha atrás… ¡…Me lancé al vacío…!
Afortunadamente, caí sobre un cerro de arena. No me pasó absolutamente nada… ¡A correr…! ¡Jamás regresé al internado…! Sin embargo, las enseñanzas recibidas, aunque fuera por poco tiempo, nunca las he olvidado…
Por:
Eric Enrique Aragón
lunes, 20 de febrero de 2012
domingo, 19 de febrero de 2012
Niños quemados
“Tres menores fallecieron calcinados al incendiarse su vivienda, tras la explosión de dos tanques de gas”. Así comenzó la trágica noticia, aparecida en un diario local, el día martes 17 de enero de 2012, en la ciudad de Panamá.
¡Qué tristeza! Tres hermanitos de 3, 6 y 8 años, fallecieron en el incendio. La casa donde vivían, únicamente con el papá, era de madera, zinc y cañazas. A toda vista se trataba de una familia en la extrema pobreza.
El Siniestro ocurrió en horas de la madrugada. Según la información preliminar, el padre dejó una comida en la estufa y se marchó a buscar agua a la quebrada. Cuando regreso, la vivienda estaba envuelta en llamas. Trató de salvar a sus hijos; pero, ya era demasiado tarde. Los niños fueron “tragados” por las llamas.
¡Irónico! Hacía pocos días, los muchachitos habían llegado a pasar parte de sus vacaciones escolares con su padre. La mamá decidió quedarse en otra comunidad, de donde es oriunda su familia.
Este es uno de los miles de casos, que ocurren diariamente, en todos los países del mundo; cuya situación afecta más a la clase marginada.
Gran parte de los incendios en el hogar, ocurren por la curiosidad de los niños, que les gusta jugar con los fósforos; por el descuido de los adultos; defectuosas instalaciones eléctricas o el exceso de aparatos eléctricos que originan las sobrecargas.
Indudablemente, la responsabilidad de proteger a los niños recae sobre sus progenitores (papá y mamá) o los adultos responsables de los chiquillos.
La pobreza extrema, con el dolor en el alma, obliga a los padres a dejar a sus hijos solos en casa para buscar el sustento diario: alimentos, agua, leña o algún ingreso mínimo.
Se puede creer que los hijos están más seguro en el hogar. Y de hecho es así. No obstante, se deben observar todas las medidas de precaución; ya que también existen –en la vivienda- muchos peligros que acechan a nuestros amados hijos. Por ejemplo: salir de la casa, aunque sea por unos minutos, y dejar la estufa encendida. O que los niños tengan los fósforos a su alcance.
El mensaje es que siempre debe tener malicia (desconfianza). Por lo tanto, ésta debe llevarlo a evitar todo lo que represente peligro para sus vástagos.
Recuerde el adagio: “Mejor es prevenir que lamentar…” El dolor más desgarrador para una mamá (o el papá), es que le ocurra una tragedia a sus bebés, como resultado de su propia negligencia o descuido.
Sin embargo, hay padres que han perdido a sus hijos en un incendio; porque se fueron a una fiesta o con los amigos y no les importó el bienestar de los muchachos. Ellos –no lo dude- ya tienen su castigo.
Una gran cantidad de niños llegan a los hospitales con graves quemaduras. Las familias de estos infantes, carecen de recursos económicos para cubrir los gastos médicos, comprar los medicamentos o darles la atención que necesitan (los niños) para su recuperación.
¡Por favor! Aquellos que pueden ayudar a estos pobres angelitos ¡HÀGANLO! Dios bendecirá a sus hijos y a ustedes. “Será la mejor inversión que realicen en la vida”.
Y por los fallecidos, de seguro se convertirán en bellos angelitos del Padre Celestial y sin lugar a dudas, acompañarán a Nuestro Señor Jesucristo.
¡Cuidemos a nuestros hijos! ¡Oremos diariamente por ellos! Ayudemos a los niños vulnerables y en extrema pobreza… ¡Qué así sea! ¡Y el Dios Todopoderoso, derrame muchas, muchas bendiciones sobre ustedes!
Por:
Eric Enrique Aragón
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