domingo, 1 de abril de 2012

El día que me convertí en Aquiles…

Resulta que al final, cuando se suponía que había terminado mi escuela secundaria, me salen con la sorpresa de que tenía un par de materias pendientes.

¡Bueno! Esto no era ninguna sorpresa, ya que me la pasé viajando por diferentes regiones –como buen aventurero gitano- y en cada país alguna familia me adoptaba; como resultado tenía que ir a la escuela. Aunque tengo que confesar, que en los primeros años odiaba la escuela; ya que no comprendía aún el incalculable tesoro que significa obtener una buena educación… ¡Indudablemente fui afortunado! ¡Gracias a Dios que puso en mi camino gente que me trató bien...! (aunque siempre todo fue muy efímero).

En esos años era necesario cumplir con un montón de materias, que comprendían asignaturas de ciencia, letras y algunas de comercio: para poder culminar la escuela secundaria.

El horario de clases era más exigente. Se asistía casi todo el día a la escuela -mañana y tarde-. Se tenía que hacer un examen anual y no existían las rehabilitaciones, como hoy día: que si el alumno fracasa en dos o tres materias, tiene la oportunidad de aprobarlas en cursos de verano (en vacaciones).

En vista de tal situación, tuve que matricularme en la escuela nocturna, para aprobar las materias que faltaban. En esa época, también, empezaban las escuelas nocturnas –. Éstas se crearon para ayudar a las personas adultas o mayores de edad, que por algún motivo no pudieron terminar los estudios en las escuelas del sistema normal (periodo diurno); o que jamás pudieron ingresar a la escuela. El costo era bastante accesible a las personas de escasos recursos económicos. En la mayoría de casos, únicamente se pagaba una matrícula equivalente a cinco dólares. Y se podía cancelar mediante abonos… Muchas veces se entraba –a la escuela- sin pagar nada, por medio de un programa de asistencia social. ¡La idea era educar a la población…! Los índices de analfabetismo en América Latina, eran altos.

Rápidamente me adapté al sistema. Definitivamente que el ambiente era otro. ¡La mayoría de personas eran adultas, casadas, unidas, solteras, con hijos, sin hijos; con trabajo, sin trabajo, y de todos los colores y edades…!

Con la finalidad de lograr mi objetivo: concluir lo más pronto posible la educación media; me dediqué únicamente a estudiar. “Mi gran sueño: ingresar a la universidad”. ¡Tenía la convicción de que ser estudiante universitario, era lo máximo…! ¡Y comprobé muchos años después que no estaba errado…!

Me gané rápidamente el respeto de los profesores y de los compañeros. Era un alumno aplicado y serio en el aula de clases. Las muchachas que estudiaban en el periodo nocturno, querían sentarse a mi lado o formar parte de los grupos de estudio conmigo. ¡Era obvio…! Me convertí en buen estudiante. También me aprovechaba de la situación para coquetear un poco con ellas…

Entre otras cosas que me ocurrieron: “conocí a una muchacha, más o menos de mi edad”. Era como a mí me gustaba: alta, blanca, inteligente y atractiva. Pero, existía un tremendo problema: ella era la querida de un señor que administraba un centro nocturno de baile. Este señor le pagaba un cuarto y corría con todos los gastos. Esto era así, porque ella tenía un bebé de unos 8 meses (de él). A pesar de que me gustaba, nuestra relación duró poco y fue más bien platónica. Yo creo que ella sentía, también, algo por mí. ¡Se me hace difícil recordar su nombre…! ¡No obstante, tengo su imagen con bastante claridad en mi mente!

A pesar de que una vez participé, cuando estaba en un colegio católico, a los trece años en una dramatización, nunca me interesó tal actividad. Ahora por casualidad me tocó trabajar en un drama. La profesora de español, estaba dando la clase de poesía y oratoria. Explicaba el arte de declamar y para ello hizo referencia a la obra “La Ilíada de Homero”. La tenía en la mano y empezó a leer en forma poética algunos pasajes. De repente dijo, si alguien me hace esta dramatización le pongo un cinco (máxima calificación). ¡Pienso que lo expresó en forma de burla…! Inmediatamente, sin pensarlo, levanté la mano y le contesté: ¡Profesora! ¡Yo lo hago…! ¡Se lo manifesté con tal seriedad, que nadie se atrevió a decir nada…!

Prácticamente, ya tenía mi grupo seleccionado. La primerita era la muchacha que me gustaba… Conseguí la obra La Ilíada y empecé a hacer un resumen. Hice los diálogos o las intervenciones que haría cada participante; es decir, nosotros.

La Ilíada trata de la guerra entre los troyanos y griegos. Se estima que ocurrió entre los siglos XIII AC y XII AC. En esta guerra se destaca el famoso héroe Aquiles, hijo de un mortal y de una diosa, según la mitología griega. Otros personajes que intervienen son Patroclo, Héctor, Helena y algunos más. La guerra que terminó con la destrucción de la ciudad de Troya –usando la táctica del caballo de Troya- se origina por una mujer: “Helena”.

Después de varias prácticas en la casa donde vivía ¡por cierto! únicamente estuve en esa residencia unos tres años y después… A la calle como un buen gitano aventurero (me fui como polizonte en un barco a otro país). Durante varios días –en la noche- realizamos diversas prácticas. Obviamente, a mí me tocó ser el director y protagonista de la obra.

Por fin, llegó el tal esperado día de presentar la dramatización. Yo hacía dos papeles, el de Patroclo y Aquiles. Parecía que iba a ser una clase normal de español; sin embargo, ningún estudiante ni profesor de los miles que había, podía imaginar que las clases en todo el plantel se detendrían a causa del drama… ¡Era algo nunca visto! ¡Claro! Habían observado otros dramas… pero, este era especial: por verse tan real, con mucho dramatismo y pasión. Era como si cada uno de nosotros nos hubiésemos transportado al pasado…

Inicié la dramatización, creo que con palabras de Aquiles, con tanta emoción y una voz tan fuerte, que a los minutos todos los estudiantes de la escuela estaban asomados por las ventanas y puertas del salón. Fue tan excelente la dramatización, que recibimos muchos aplausos y felicitaciones; incluso, las autoridades del centro educativo nos felicitaron. Durante muchas semanas este fue el tema de conversación: el drama de La Ilíada y… ¡Claro! Yo me hice más popular en la escuela y con las muchachas…





Por:
Eric Enrique Aragón



domingo, 18 de marzo de 2012

Gente laboriosa

Las naciones progresan gracias a hombres y mujeres que no le temen al duro trabajo.

 Valientes personas que se enfrentan día a día a los sacrificios, inclemencias de la naturaleza, a sus propias debilidades y a toda clase de peligros.
 En los cuatro puntos cardinales del planeta, se hallan estos verdaderos héroes: que se levantan al amanecer, se encomiendan a Dios y marchan a la faena diaria; con tal de conseguir el bienestar para sus familias, y por tanto, el desarrollo del país.

No reciben un galardón ni grandes homenajes; pero, se les puede comparar con el dios Zeus (mitología griega).  

 Se sienten en paz con ellos mismos y con la humanidad; porque cuentan con las armas más poderosas: una voluntad inquebrantable para el trabajo y la bendición de Dios.
Gran parte de esta gente trabajadora, desarrolla un gran amor por sus familias y le dejan a sus hijos la mejor herencia: el amor por el trabajo.
 Si los gobernantes del mundo entendieran que la única forma de evitar, que las nuevas generaciones sean vulnerables a la vida fácil, es por medio del amor al trabajo: indudablemente mejorarían las políticas de gobierno en este aspecto.
 “Dios y Nuestro Señor Jesucristo bendigan, hoy y siempre, a estos valientes héroes y a sus familiares



Por:
Eric Enrique Aragón

lunes, 27 de febrero de 2012

El gran escape…

Eran las diez de la mañana de un día domingo… Sentado en una silla que estaba junto a la cama, miraba con gran asombro, como colocaban mi ropa en una gran maleta. Todas las piezas: camisas, pantalones, calcetines, pañuelos, camisetas y todas las demás, tenían las iniciales de mi nombre y apellido, hecho con bastante hilo y aguja. En la tarde me llevarían a una escuela católica, de la orden franciscana. Ésta funcionaba, también, como un internado.

Nunca tuve ninguna limitación para salir de la casa… Me iba para donde quería, ya fuera para un campo de juego, río, al cine, o simplemente, andar por la calle haciendo cualquier trabajo, que me reportara algún dinero. Vivir con diferentes familias, durante periodos cortos y que éstas no se sintieran tan responsables de mi persona, facilitó el camino para que yo, desde corta edad, anduviese por la calle. Según estas personas, mi conducta era tan mala, que me abandonaban a mi suerte y otros optaban por meterme en internados. La intención era deshacerse de mí. ¡Así lo entendía siempre…!

En la puerta de la escuela me recibió un cura –sacerdote católico- ¡Por cierto, me enviaron solo en un taxi, con una nota…! El cura me llevó a una gran sala, donde sentaban a todos los niños, que al igual que yo, iban llegando en ese momento. Cursaría el quinto grado de la escuela básica. Cumpliría dentro de dos meses, el dieciocho de mayo, la edad de once años.

Ese mismo día nos acomodaron en las habitaciones. ¡…Bueno! Se trataba de una sola sala con varios camarotes. A mí me tocó dormir en la parte baja. Cerca de cada camarote, estaban grandes estantes, en forma rectangular. Cada gaveta de los estantes tenía una etiqueta con el nombre de los estudiantes. Aquí tendríamos que guardar la ropa interior, pijamas, camisetas, y demás piezas menudas. Y en otro mueble, colgaríamos los uniformes escolares y los vestidos para fin de semana, que más bien eran pantalones jean y suéteres. En fin, lo que predominaba era el orden y la limpieza en todo… ¡Y hay que no cumpliéramos…! Nos aplicarían las sanciones disciplinarias, establecidas en el reglamento de la escuela.

En la tardecita nos llevaron al comedor a recibir la cena. Yo creo que lo único que me gustaba de la escuela era la rica comida que servían. Después, siempre en fila, acudimos a la iglesia. No había que ir lejos, ya que aquélla estaba pegada al edificio de la escuela. La gente que asistía a la iglesia entraba por la puerta principal, que estaba frente a la calle. Nosotros los alumnos: lo hacíamos por un pasillo, desde la escuela. ¡Por cierto…! Las aulas de clases estaban en la planta baja. Arriba, en el primer piso, se ubicaban los dormitorios; salas de estudio, meditación y cine, comedores, cocina, etc. Y el segundo y último piso, no se utilizaba, ya que estaba en remodelación. Detrás del plantel escolar, había una gran cancha de baloncesto, de fútbol y hasta un lugar con aparatos de diversión para niños. Todo estaba protegido por una fuerte y segura cerca.

Por fin llegó el primer día de clases, el día lunes… Sólo había pasado unas horas desde que llegué; sin embargo, para mí las horas ya parecían eternas. La ansiedad por salir de ese lugar me ahogaba. Durante las clases, cuyo periodo era de siete de la mañana a una de la tarde, no podía ni siquiera hablar por el llanto que tenía atravesado en la garganta ¡Como un buen hijo de gitanos, quería ser libre! Para mí ser libre significaba vivir en la calle…

Mientras los maestros y compañeros hablaban, yo estaba muy lejos… ¡Mi mente recorría lugares distantes…! ¡Y mi garganta quería soltar un grito de llanto, que por nada del mundo podía dejar que escucharan…!

¡Por fin…! El timbre de salida terminó con mi larga agonía… ¡Ahora a planear mi escape de ese lugar! Me pareció fácil escaparme; incluso, hasta por la puerta principal; ya que en horas de clases, algunos internos, aprovechábamos para asomarnos a la entrada principal de la escuela, donde llegaban los vehículos y buses escolares, a buscar a los estudiantes que no eran internos.

Pasó casi un mes y mi agonía por salir de eses lugar, cada vez era más fuerte. Quería sentirme otra vez “libre como el viento”. Pero, sentía miedo al intentar escaparme… En lo más profundo de mí ser se asomaba la esperanza de que todo cambiaría y finalmente sería feliz aquí… No obstante, como un martillo cuando golpea el clavo, mi mente me repetía una y otra vez… ¡Te vas a quedar aquí para siempre…!

Eran las siete de la noche, de un día cualquiera de semana -¡no recuerdo cual!- todos los estudiantes estábamos reunidos con un sacerdote consejero, en la planta baja. En ese momento, el cura regañaba a un estudiante por irrespetuoso. Yo no aguantaba más…Este era el día del gran escape…

---- ¡Disculpe! Puede darme permiso para ir al baño. –Le dije al sacerdote.

Con tan mala suerte que me mandó al baño que estaba allí cerca. A mí se me había olvidado de lo nervioso que estaba, que allí había un servicio (baño). Yo tenía todo planeado para que me mandara a la parte superior –primer piso- y desde allí lanzarme a la calle.

Pero, en un abrir y cerrar de ojos, la suerte me favoreció. El baño no se podía abrir, lo habían trancado. En vista de que el cura no tenía las llaves, me indicó que subiera al primer piso…

---- ¡Eso sí…! ¡Bajas enseguida…! --Me enfatizó el sacerdote.

Una vez arriba, en el primer piso, me fui directo a bajar una escalera que tenía acceso a la calle, a través de una puerta de hierro. Intente abrir la puerta, pero, no pude. Tenía varios candados que no había visto.

Para disimular me detuve en la cocina, que ya la estaban cerrando, y le pedí a una de las cocineras, que me regalara un vaso con agua. Le hice la observación de que el cura me había enviado a buscar algo… Aparentemente, no tuvo malicia en ese instante… Una vez que me tomé el agua, aproveché que la señora me dio la espalda y subí al último piso que estaba en remodelación.

Obviamente, por estar en remodelación, tenía algunas puertas abiertas… Llegué a la orilla del piso, mirando la calle que estaba a los lados del edificio. Hacía abajo todo se veía oscuro y solitario. No había luz en ese momento en la calle. ¡Mi cálculo falló…! El segundo piso era muy alto… Tenía que tomar una decisión rápida… No había marcha atrás… ¡…Me lancé al vacío…!

Afortunadamente, caí sobre un cerro de arena. No me pasó absolutamente nada… ¡A correr…! ¡Jamás regresé al internado…! Sin embargo, las enseñanzas recibidas, aunque fuera por poco tiempo, nunca las he olvidado…





Por:
Eric Enrique Aragón