Recuerdo cuando mi hija, estaba en quinto grado. En la escuela primaria, la seleccionaron para formar parte del grupo reducido que marcharía, representando al plantel educativo, durante los días de fiestas patrias.
Sus calificaciones eran buenas, por eso se ganó el derecho de asistir a los desfiles. Siempre les enfatizo a mis hijos que estudiar es lo mejor que puede hacer un joven. Así logrará llegar siempre a las alturas del éxito y tendrá mejores herramientas para enfrentar las altas y bajas de la vida, que siempre nos acompañarán en nuestra existencia terrenal…
¡Qué creen ustedes que ocurrió! Pues, ya verán…Ese día la acompañé a la escuela, tempranito en la mañana. Según el comunicado que recibimos los padres de familia, todos los alumnos salían del centro educativo, con sus respectivos maestros, hasta el punto donde iniciarían los desfiles patrios, en este caso, era a un costado del municipio del distrito de La Chorrera, donde vivíamos en esos años. Su escuela era la más importante del lugar, llamada República de Costa Rica, con excelentes maestros, padres de familia y dirección. Mi experiencia en el plantel fue maravillosa. También pertenecí a la asociación de padres de familia de la escuela.
Después que dejé a mi hija en la escuela, me devolví a la casa, con la intención de salir más tarde con el resto de la familia a ver el desfile y principalmente, a seguirle los pasos a Dianita.
Estábamos seguros, mi esposa y yo, que la niña se había ido con la maestra y sus compañeritos, a desfilar. ¡Sorpresa la nuestra! ¡Casi nos caemos hacia atrás…! Cuando apareció la niña a la media hora, prácticamente con los zapatos en la mano. Según nos explicó. Cuando se dirigía caminando al municipio con los demás compañeritos, se le cayeron los tacones a los zapatos y la suela de uno de ellos se desprendió… Así que se devolvió para la casa solita –esto fue lo que más me alarmó-
¡Gracias a Dios! Teníamos otro par de zapatos un poco viejitos, pero, se los limpié muy bien. Me vestí rápidamente y la llevé al punto de reunión, donde iniciaría el desfile –el municipio-. Por suerte llegamos a tiempo… Aún no había salido ninguna delegación… La acompañé a lo largo del desfile, hasta el final. Hasta se le tomó una foto, que por cierto, no salió muy bien. Después todos en la casa nos reíamos del incidente. Lo que si aprendí es que jamás la debí dejar sola en la escuela, creyendo que los demás la cuidarían. Los padres deben estar siempre pendientes de sus hijos en todo momento y no confiar en terceras personas.
¡Y esto no es lo único…! Recuerdo mientras escribo estas anécdotas, el día que se le perdió a la mamá, exactamente, en un pequeño estadio, en el cual celebraban el día de la Madre. A la mamá casi se le sale el corazón ese día. La niña solo tenía tres años. Lo que ocurrió es que se subió a la tarima, donde estaban unos músicos y el maestro de ceremonia. Como todo niño se sintió atraída por los instrumentos musicales, así que dijo: ¡Voy para allá! ¡Y a la mami casi le da un infarto ¡ ¡Y la pobre mujer sufre del corazón! Nuevamente ¡Gracias a Dios! a los minutos de desesperación de la madre, una persona que estaba en la tarima, levantó a la niñita y preguntó: ¿Dé quién es esta bebita? La madre gritó con desesperación… ¡Es mía! Y ahora casi se le paraliza el corazón por el milagro… -Alguien se la pudo llevar y nunca más la hubiese visto –Dijo la madre con lágrimas en los ojos.
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Eric Aragón
1 de noviembre de 2010