El Dios que se le
manifestó a Moisés, al rey David y a otros líderes y gente común de la nación
hebrea, es el mismo Dios que tenemos hoy día; la única diferencia es que por el
gran sacrificio que hizo su hijo Jesucristo hecho hombre, cualquier persona puede
implorar a Él por su misericordia y milagros.
En la Antigüedad
el Dios de los hebreos hizo muchos milagros o realizó actos fuera de todo
entendimiento humano, con el propósito de demostrar su inmenso poder; asimismo,
realizaba tales acciones para evidenciar su protección a quienes le seguían y
eran fieles.
Lo sorprendente
de esta historia es que ese Dios de “poder y de milagros” que nos narran los
escritos antiguos no ha cambiado, y está a nuestro alcance en la actualidad con
todo su poder, misericordia y milagros.
Así lo dejó bien
claro -sin lugar a dudas- el Salvador del mundo, cuando dijo: “cualquier petición
que hagan a mi Padre en mi nombre, será concedida…”
A medida que se
leen los evangelios, el lector encuentra una serie de parábolas y declaraciones
de Jesucristo; que sustentan el “gran poder” que tiene la oración, si ésta se
hace creyendo que Dios hará lo que se le pide, es decir, “el milagro”.
Lo que si hay que tener presente, es que todo lo que se demande de Dios, debe ser conforme a la voluntad de Él. Deben pedirse cosas buenas para el bien personal y de la familia; por ejemplo: trabajo, salud, protección, fe, salvación del alma, sabiduría, el Espíritu Santo… y cualesquiera otras peticiones que agraden a Dios.
Por: Eric Aragón
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