jueves, 1 de julio de 2010

La mejor enseñanza que recibí...

La regla de oro más importante que debe observar toda persona es: “la oración”. Esta representa el puente entre nosotros -los mortales- y Dios.
Cuando apartamos unos minutos de nuestras actividades diarias, para dedicarlo a decir tan siquiera un Padrenuestro, con la mayor sinceridad; lo más seguro es que Dios y su hijo Jesucristo, nos apoyarán en todo lo que hagamos.
Pues, la oración, cuando sale del corazón, es una invitación que le hacemos a Dios. “He aquí yo estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, yo entraré…” Jesucristo, que dio la vida por nosotros, todos los días está tocando la puerta de nuestro corazón…
---- ¡Ven muchacho arrodíllate…! No podemos acostarnos si no hacemos la oración antes…
---Me decía la anciana, de cabellos blancos y un poco pasada de peso.

Todas las noches me mostraba rebelde ante tal solicitud. Para mí esto de hacer una oración era lo más aburrido del mundo… Prefería mil veces ponerme a jugar. Y en efecto, antes de acostarme me ponía a jugar con unos soldados que hacía de papel. Muy pocos juguetes de verdad me compraban. En ese momento no lo comprendía…Ahora que crecí, estoy seguro de que la anciana no me compraba juguetes, porque era muy pobre. Ella fue una de las pocas personas que me amaron y que me enseñó lo mejor de su vida: ¡A conversar con Dios…! Su recuerdo siempre estará en un lugar muy especial de mi mente…

Calculo –no estoy seguro- que la anciana llamada Leovigilda, había nacido en el año 1880; ya que tenía un poco más de ochenta años de edad. Estamos ahora mismo ubicados entre el año 1964 y 1965, aproximadamente. A pesar de que tenía familia, la mayor parte del tiempo, hasta donde mis recuerdos alcanzan, vivía sola. Yo era su única compañía. La casa donde vivíamos era de madera, no muy grande. Tenía tres divisiones: una sala, a un lado de ésta, la cocina; y en la parte posterior, el cuarto donde dormíamos, bastante grande para dos personas…La anciana y el pequeñín de 4 años, o sea, “yo”.

La casa estaba casi en el centro del pequeño pueblo, frente a una calle que salía a la carretera principal, que atravesaba el país de un extremo a otro. Cerca una estación de trenes… Algunas veces tenía que viajar con la ancianita, a visitar a sus familiares que vivían en otro lugar muy distante y viajábamos en el tren…

---- ¡Niño malcriado! ¡Mañana se tiene que despertar a las cinco de la mañana! Me decía la ancianita. ¡…Cómo si yo no me despertara a esa hora…! Si algo jamás dejaron de enseñarme cuando estaba pequeño, era que tenía que levantarme al amanecer. Pues para ellos levantarse tarde era de holgazanes…Siempre me ponían a hacer alguna tarea… ¡Lo que más odiaba era recoger las hojas del patio…!

----Mañana viajaremos en tren… Estas palabras que finalmente me expresaba la ancianita, Leovigilda, eran “palabras mágicas para mí…” No dormía en toda la noche…Y creo que a las tres de la mañana me levantaba de la cama, pensando que así podía hacer correr el tiempo… La anciana me regañaba por interrumpirle el sueño…Yo dormía a un lado de ella, rozando sus costillas, en la misma cama. ¡Por cierto! La cama era de madera…

“Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos señor, Dios nuestro; en nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo…Amén”.

“ Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino, sea hecha tu voluntad, en el cielo como en la tierra; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; no nos dejes caer en tentación y líbranos de todo mal…Amén”.

A esa edad estas eran las oraciones más aburridas de mi vida… Obviamente, no comprendía el valor de las sagradas palabras… Y era obvio, que no podía a esta edad entender… como cualquier infante de cuatro añitos. Pero, gracias a la persistencia y a la convicción, que tenía esta anciana, de que algún día estas palabras serían mi mayor tesoro… ¡Nunca…! ¡Nunca…! ¡Jamás…! Dejó de enseñarme “a orar a Dios”.

Hoy día le agradezco a Dios, que puso en mi camino a esta anciana Leovigilda, que me regaló el mejor tesoro que puede tener un ser humano “Conversar con Dios”.

¡Qué Dios y Jesucristo la tengan en su gloria…!

Autor:
Eric Aragón
1 de julio de 2010

¡Mi vida… una ironía...! (Relato)

¡La historia de mi vida…! Tiene tantas anécdotas que cuando se la cuento a alguien y sobre todo a la gente joven, les causa risa… A veces he tenido que ganarme algún dinerito para sobrevivir, trabajando unas pocas horas como profesor –es lo único que me ofrecen- y créanme que hay que hacer malabarismos para comer y pagar el alquiler.

En ciertos momentos libres, cuando converso con los jóvenes estudiantes y éstos me preguntan por los eventos de mi vida, yo me animo a contarles –por supuesto, no todo se les puede relatar-.
En otras ocasiones, también, algún adulto o contemporáneo (ya casi estoy en los cincuenta años), desea conocer mi pasado…

Cuando tomo la decisión de narrar algún detalle de mi vida, terminan mis interlocutores con una sonrisa –que más parece burla- o un gesto de ironía, porque hallan la narración de algunas facetas de mi vida, algo fantásticas o sacadas de la mente del productor de cine: Steven Spielberg.

Aún no puedo explicar como pude llegar a las aulas universitarias y como si fuese poco llegar a ser un estudiante distinguido… Mi niñez y mi adolescencia están cargadas de tantos sinsabores, que a esta edad debí en lugar de contemplar las estrellas, como lo hago al amanecer, estar estrellado…

Mi verdadera madre, una gitana que emigró a Centroamérica (Costa Rica), en los años 50, y que mi mente no logra recordar bien. "Una leve y borrosa imagen de una mujer esbelta, clara de piel, con su rizado y largo cabello", es lo único que logro ver en lo más recóndito de mis recuerdos… ¡Es comprensible que no la recuerde! La última vez que la vi sólo tenía 4 añitos…

Después me convertí en una bola –entiéndase la expresión en forma literal-; ya que distintas personas, en diferentes países donde viví tales como Costa Rica, Islas Canarias, el este de Europa, sobre todo Rumanía de donde era mi aventurero padre, y Panamá donde me trajo mi madre, intentaban adoptarme de hecho, pues legalmente nadie lo hizo ni le interesó. En fin, la historia siempre era la misma: “te queremos educar…” y al siguiente año me largaban como un… Bueno… hay que utilizar la imaginación… No cabe la menor duda de que soy hijo de una gitana… ¡Nunca…! ¡Jamás! Me pude adaptar a un lugar o tomar en serio algo. Siempre fui inestable, soñador y aventurero… Desde que tuve uso de razón mis pensamientos siempre han estado en un lugar lejano...Quizás es cierto lo que dicen… Que la sangre llama…

A los ocho años me ganaba mi propio dinero, limpiando zapatos o vendiendo frutas para algún fulano… Me iba con otros mozalbetes a los grandes ríos, llenos de fuertes corrientes y remolinos. Recuerdo una vez que una señora me llevó a su casa. Era una familia pobrecita que vivía en un campo… La señora, bueno, para mí era mayor…Pero realmente se trataba de una mujer joven que trabajaba como empleada doméstica en la gran ciudad… El asunto es que un día salimos a visitar a una vecina, cuya casa estaba lejos. Así es el vecindario en el campo… Cuando estábamos donde la vecina, se me ocurrió lanzarme a un río que estaba frente a la casa de ésta. El charco parecía poco profundo… ¡Sorpresa la mía! Se trataba de un río sumamente hondo y con fuertes corrientes… ¡Me estaba ahogando...! ¡Tragaba agua, trataba de gritar y no podía...! ¡Movía las manos desesperadamente! –"estaba pequeñito, no podía hacer más"- milagrosamente la misma corriente que me estaba ahogando, me llevó a las raíces acuáticas de un gran árbol que estaba a la orilla del río. No sé como pude agarrarme desesperadamente de las raíces y salir del río… Me encontraba asustado, era una experiencia sobrehumana para un niño… ¡Lo increíble de todo es que las dos mujeres estaban hablando tranquilamente y jamás se dieron cuenta de mi agonía…! En lugar de traumatizarme esta mala experiencia, me convertí en un excelente nadador a los nueve años. "No hubo río por más peligroso que fuese, que me asustara…"

En otra ocasión, un supuesto padrastro, esposo de una señora que según ella, mi mamá me regaló. Pero ¡Jamás! durante el tiempo que estuve con ellos supieron darme una explicación coherente y satisfactoria de tal hecho. Más bien pensaba y aún lo hago, que ellos pudieron comprarme o que alguien me plagió… Estamos hablando de una época en la cual no había tanta bulla ni investigaciones por estos actos… A menos que se tratara de gente influyente o adinerada… ¡Pero gitanos…! Éstos eran tratados mal en Europa y en todas partes del mundo…

El señor –supuesto padrastro- me llevó a vivir con él, ya que estaba separado de la señora. Me inscribió en un buen colegio católico, donde estuve poco tiempo; sin embargo, recibí una excelente formación moral y buenos ejemplos que marcaron mi porvenir… Recuerdo que estando con él conocí de cerca los grandes barcos que venían de Europa a buscar bananas… Vivíamos cerca de un gran puerto al cual llegaban los grandes barcos… El padrastro mío –poco tiempo duró su papel como padrastro- trabajaba para la compañía multinacional Chiquita Brands International, que se dedicaba a la producción y exportación de bananas. Subir a los barcos y recorrer todas las secciones fue tan impresionante, que quería trabajar en uno de éstos. Nunca me dejaron laborar en estas embarcaciones, pues, el señor (padrastro) alegaba que tenía que hacer muchos trámites, porque yo era menor de edad. Déjenme decirles que en esos años hasta un fantasma podía trabajar fácilmente en los barcos… Lo más que alcancé, fue trabajar unos días en un barco de cabotaje…

En pocos meses este señor, con sus comentarios y regaños, me hacía sentir como el mozalbete más rebelde de la época (años 60 y principios del 70). Ahora que tengo buen uso de razón, me doy cuenta que simplemente preparaba el camino para deshacerse de mí… Y así fue… me tiró a la calle como un…Nuevamente… La imaginación… Pero, antes de que esto sucediera, a los doce años de edad, con un montón de monedas (centésimos) que sumaban un dólar, me escapé de la casa y con un poco de creatividad, conseguí subirme a un avión carguero –en ese tiempo muchos utilizaban hélices- y viajar lejos, aunque al rato me devolvieron, sin mayores consecuencias…Mi vida está llena de emocionantes aventuras y eventos dramáticos, que espero contarlos poco a poco…


Por:
Eric Aragón

El día que se perdió el pato...

La tía María, como todos le decíamos, andaba desesperada, gritando… ¡Qué alboroto había formado eses día…! buscando de un lado a otro…Cualquiera pensaría que buscaba al “nieto recién nacido…” Sin embargo, no era un ser humano lo que con tanto afán buscaba. Seguía gritando cada vez con más fuerza: ¡Esteban…! ¡Esteban…! ¡Esteban…! ¡Donde estás! Pueden creer que se trataba de un pato. ¡Por supuesto…! No era cualquier pato… “Era su pato”.
Como ella decía: -Esteban es mi pato preferido. Siempre anda detrás de mí. Un día de estos me va a hablar, y cuando eso ocurra no sé que le voy a decir-.

Era una pequeña casa de madera, sin mucha estética, más tenía la forma de una figura cuadrada. Apenas se cruzaba la puerta de entrada, se encontraba uno con una pequeña sala y después seguían varios cuartos: uno al lado del otro y en el centro un pasillo. En total cuatro cuartos. Al final, el quinto cuarto que abarcaba todo el espacio y se utilizaba como depósito. Éste tenía una puerta de salida hacia la parte trasera de la casa.

A lado de la casa -mirándola de frente, hacia la derecha- un rancho de paja, abierto por todos los lados, que se utilizaba como cocina. Realmente, la cocina consistía en dos fogones, que usaban tres grandes piedras cada uno. El combustible era la madera seca, la cual se encendía echándole un poco de querosín. Ahora recuerdo –pues, tenía cinco años de edad- entre el rancho de paja y la casa, colocaron un techo de zinc, e hicieron un piso de cemento, para usarse como comedor –también estaba abierto, sin puertas-.

Enfrente de la casa estaba una quebrada, que la tía María utilizaba para lavar los platos; incluso, también, la ropa. Con este propósito se colocó en el lugar más adecuado, un techo de zinc y unas piedras de cierto tamaño, que servían como asiento a las personas que estuviesen allí lavando. La quebrada no estaba muy lejos de la casa, quizás a unos 30 metros.

Igualmente, la casa estaba rodeada por grandes árboles, cuyo dolor de cabeza para mí, era el montón de hojas que se desprendían - más en la época seca- que yo tenía que recoger todos los días. Había árboles de todas clases, desde frutales (naranjas, guabas, tamarindo, cocos y otros); hasta aquellos usados para sacar madera, como el Roble, Macano y Cedro. Me encantaba ver éstos últimos por ser árboles de gran altura…

Antes de llegar a la quebrada, que ya mencionamos, había varias cuerdas de alambre delgado, amarradas entre dos árboles, que se usaban como tendedero de ropa. La casa –realmente era una finca- tenía grandes extensiones de terreno hacia atrás. En éstos se apreciaban corrales (lugares destinados a los animales), con cercas de alambre de púas o de de una especie de bambú muy resistente. Había un corral para cada especie de animales o de aves; tales como, las vacas, cerdos, caballos, gallinas y patos.

Algunas gallinas, gallos y patos, al igual que un par de cerdos y caballos veteranos, andaban libremente. Éstos siempre permanecían cerca de la casa…Realmente eran los que le daban la alegría, con sus diferentes ruidos… Y no podía faltar el mejor amigo del hombre: un par de perros ordinarios, de color marrón claro, más parecido a los tinaqueros, que no sólo avisaban cuando venía un visitante –siempre los había- sino que cuidaban a los animales que estaban en la casa, de la presencia de las zorras, culebras, gavilanes, tigrillos o de cualquier otro animal indeseable, que acechaba a los animales domésticos.

Todos los días al amanecer, los residentes de la casa se despertaban con el alegre canto de los gallos. A las seis de la mañana, tanto los miembros de la familia, como los animales domésticos esperaban el desayuno. Algunas veces había uno que otro animal que se aventuraba a exigirle a la tía María, el desayuno. El caballo viejo era uno de estos animales que a veces le empujaba la ventana de su cuarto. Todos ellos andaban siempre detrás de la tía. Pero, uno de los preferidos por ella, era precisamente el pato Esteban. Nombre que sacó de una radionovela.

Además de la tía María –la protagonista de este relato junto a su fiel pato- cuya edad rondaba los 48 años, aproximadamente; estaba el esposo, un señor de unos setenta años, trabajador y fuerte como un roble, a quien todo mundo llamaba “Tatica”. Un nieto de unos quince años, que trabajaba a la par de los adultos en las labores de campo. También, los acompañaba un muchacho de origen indígena, que servía como mozo. Al igual que la mamá de la tía María, a quien todos llamábamos cariñosamente “abuela”. Y por último me encontraba “yo”, el que recuerda esta historia, situada en el año 1966 (apenas tenía cinco años de edad).

--- Si uno de ustedes votó a Esteban... ¡Nadie desayunará hoy! …–Expresaba la tía María- Yo sé que no lo quieren, porque le gusta subirse a las camas. Pero “es mi animal y yo lo estimó mucho”. ¡Creen que yo no los escuché hace unos días, decir: que lo (el pato) iban a llevar lejos, a la montaña…!

Ese día fue tal el alboroto que formó la tía María, que nadie fue a trabajar; pues, todos se sumaron a la búsqueda del famoso pato. Hasta los otros animales se veían desesperados buscando, también, a Esteban; sobre todo, los perros tinaqueros –grandes amigos del pato.

--- ¡Por estar metiéndote en las ollas te pasó esto…! ¡…Qué voy a hacer sin ti…! ¡Porque, Dios mío, te llevaste a mi compañero Esteban! --Gritaba desconsolada la tía María- al encontrar el pato después de tantas largas horas de búsqueda, sin vida dentro de una enorme olla, usada para sancochar plátanos y otras verduras, que por alguna razón se volteó cuando el pato se metió dentro de ella.

¡Bueno…! Durante unos días todos extrañamos al pato, sobre todo, la tía María.

Al cabo de un mes todo volvió a la normalidad…ya nadie mencionaba a Esteban…Tal vez para no herir a la tía María que todos apreciábamos mucho…
¡Definitivamente que la comida mató al pato…!


Autor.
Eric Aragón
1 de julio de 2010