La renuncia del expresidente de Guatemala, Otto Pérez
Molina, y de la exvicepresidenta Roxana Valdetti, por supuestos vínculos de
corrupción aduanera; confirma una vez más el gravísimo problema que tienen
ciertas naciones latinoamericanas, al elegir a sus gobernantes.
Guatemala no es el único país que ha estado en “el ojo
de la tormenta”, por escándalos de corrupción.
México, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Perú, Argentina, Brasil
y otras naciones más, se suman a la interminable lista de Estados, donde la
corrupción ha dejado sus huellas en los más altos niveles de gobierno.
¿Qué está pasando con nuestros gobernantes? ¿Por
qué los corruptos compran con facilidad a los funcionarios de jerarquía? ¿Vale la pena acabar con la buena reputación y destruir a la familia, por el dinero mal habido, que cómo llega se
va? ¿Qué
clase de personas dirigen los destinos de las naciones latinoamericanas?
No cabe la mínima duda de que los países están
eligiendo gobernantes, que carecen de principios morales (¡Ni hablar de
principios cristianos!). Por otro lado, aparentan conocer la administración
pública; pero, la realidad es que no tienen la preparación adecuada para administrar
el Estado… ¡Bueno! No se puede esperar
nada positivo de personas que son capaces de vender el alma al diablo (ciertamente
algunos ya lo hicieron).
“Cada pueblo
tiene el gobernante que se merece…” Pareciera que este famoso refrán, nunca
pasará de moda.
Los ciudadanos, son los que ejercen el sagrado
sufragio, con el cual se ponen y se quitan presidentes. Incluso, los pueblos
tienen más allá del voto, el poder de
ejercer presión a través de la sociedad civil organizada, de los canales de
comunicación y de las redes sociales, con
el propósito de separar rápidamente
a los gobernantes y altos
funcionarios corruptos, antes de que agraven más la situación.
Un pueblo que actúa en el momento preciso; es
decir, cuando se observan los primeros indicios de corrupción: sufre
menos y se recupera más rápido de todos los traumas…
El ciudadano que desea competir en la carrera
presidencial, en cualquier nación del mundo, debe prepararse rigurosamente para
ser un excelente estadista y no un
oportunista.
Con el
dinero se podrá comprar a mucha gente que no tiene dignidad y una silla
presidencial; pero, jamás se podrá comprar al verdadero estadista.
El buen estadista no se compra ni cae del cielo. Éste
se va formando a través de los años: con sacrificio, trabajo honrado, buena
educación; el amor a la familia, los
valores morales y la fe cristiana.
Por: Eric Enrique Aragón