Cualquiera pensaría
que voy a referirme a una infancia parecida, a la del niño que protagoniza la
excelente serie de televisión llamada, “Los Años Dorados”. Si mi memoria no me
falla -como si lo ha hecho mi vista desde hace varios lustros- el niño
protagonista en la serie se llama “Kevin”.
La serie es maravillosa, puede ser vista por grandes y chicos; ya que
narra la vida de una familia, con sus altas y bajas; pero, que al final de
cuentas es la familia ideal.
La verdad se trata de
un recuerdo muy nostálgico para mí, no obstante, me permite sentir “que si hay
un Dios que nunca abandona a los niños huérfanos”. Cuando estaba pequeño tuve
la oportunidad de conocer muchas regiones de América Latina, el este de Europa
y algunos pueblos de Asia. Todo gracias
a mi aventurero papá o mejor dicho creador biológico, que lo único que me dejó
en la vida fue un vago y triste recuerdo.
Ni sé porque viajaba
tanto, quizás lo hacía como gitano que era –nacido en Rumanía- al igual que mi
madre… Si recuerdo que estaba muy pequeño, quizás tenía unos cuatro años,
cuando apareció de repente y le dijo a la señora con quien vivía en ese momento
(mi abuela materna)…¡Me lo llevo, yo soy el papá…! Mi ilusión no duró mucho, pues a los meses me
abandonó nuevamente… ¡Y esta vez para toda la vida! Tuve que sobrevivir solo realizando distintos
trabajos, la mayoría por las calles de Rumanía, Albania, México, América
Central y Panamá. En este último país un
señor influyente y diplomático, durante la dictadura militar, utilizó una
partida de bautismo, donde figuraba (él) como mi padrino, para que me
inscribieran en el Registro Civil de Panamá. Soy español por mi mamá (gitana
española) y rumano por mi papá.
¡Bueno! Con “sangre gitana” pude nacer en
cualquier lugar. Realmente no lo sé. Y nadie me lo puede explicar, ya que la
única familia que conocí hasta los seis años aproximadamente, vive en Europa
del Este o en Islas Canarias… Lo más seguro es que todos están muertos o
desaparecidos. De acuerdo a una tía que vivía en Costa Rica, en el año 1966, la
mayor parte de mi familia fue perseguida y masacrada en Europa. Y los pocos que
quedaron tuvieron que huir… (Según ella, esa fue la razón por la cual me
abandonaron a mi suerte).
Según los funcionarios de esa época (todos
fallecidos), yo nací en suelo costarricense.
Lo cierto es que soy de “raza gitana” y viví hasta los 4 años en las
calles y en la campiña de Rumanía. Una
de mis abuelas (gitana española), me llevaba de un lugar a otro. Ella “irónicamente” gravó en mi mente la “Fe
Cristiana”. Yo creo -no estoy seguro-
que ella no era totalmente gitana… ¡Dios la tenga en su gloria, al igual
que otras abuelas que tuve!
Este recuerdo
melancólico viene a mi memoria; porque mientras me asomaba por la ventana de mi
recámara, vivo en el tercer piso de un pequeño edificio, llamó mi atención un
niño -estimo que no tendría más de tres añitos-
cruzando la calle muy seguro y bien agarrado de la mano de su mamá.
Se me salieron las
lágrimas en ese momento, porque recordé dos cosas. Primero: en mi recorrido por
esos lugares descritos anteriormente; conocí a muchos niños de la calle,
abandonados, con hambre, cuyo hogar era cualquier callejón donde pasaran la
noche. Algunos eran explotados por los adultos y los más fuertes sobrevivían
haciendo trabajos por la calle o tomando sin permiso lo ajeno…
Jamás se me ha
olvidado lo que me contestó el señor, a quien le pregunté: ¿Por qué los niños
vivían así? Y en medio de mi ingenuidad, me puse a llorar… Lo irónico es que yo
era igual a estos niños. También tenía que dormir en la calle, porque mi papá
me dejó solo en un callejón y jamás apareció…
El parroquiano me
respondió: que los niños vivían así, porque “los adultos eran crueles y no
tenían a Dios en su corazón”.
Y en segundo lugar:
me sentí afortunado, porque cuando me ponía a llorar… ¡Y por cierto! siendo un
niño lo hacía a menudo. Lo único que se me ocurría hacer –en medio del llanto y
el dolor- era rezar o hablar con Dios, hasta que cesaran mis lágrimas. Jesús
siempre estuvo allí... De otra manera, no pudiera contar esta historia…
Por:
Eric Enrique Aragón