Era un hombre
disciplinado, con valores y fiel seguidor de su maestro. No cabe la menor duda
de que Tomás recibió una excelente enseñanza y descubrió el incalculable
significado de compartir con los demás.
Cuando estuvo con
el maestro fue un gran estudiante y era uno de los que siempre estaba dispuesto
a estar con su líder en todo momento, sin importar las tormentas que hubiesen.
Oír a su maestro
y verle físicamente le daba mucha fuerza de voluntad para no claudicar nunca;
ya que su mentor irradiaba tantas cualidades positivas que era casi imposible
no dejarse contagiar por ellas.
No obstante, en
las horas más importantes de su vida, Tomás demostró su debilidad. El apóstol
Tomás dudó de la resurrección al tercer día de Nuestro Señor Jesucristo.
Cuando algunos de
sus compañeros le contaron que habían visto a Jesús, simplemente el apóstol
manifestó que no lo creía, pues tenía que comprobarlo físicamente.
Con más claridad
no lo pudo declarar Jesús “Bienaventurado el que cree sin haber visto…” Y en
este grupo entran todas las personas que profesan la Fe en Jesús hoy día.
Además del
poderoso Espíritu Santo que nos dejó el Salvador del mundo, también nos regaló
el “poder de la Fe”, para que lo usemos
en los momentos más difíciles de la vida y en tiempos de paz alcemos la mirada
al cielo y seamos agradecidos con Dios por todo lo que nos da.
Bendito sea
Jesucristo hoy y siempre, por los siglos de los siglos…
Por: Eric Aragón