Una madre jamás pensará en
fallarle a sus hijos, dará su vida por éstos si fuese necesario: "esa es su grandeza"; al igual que una buena madre, aún existen personas que
son dignas de confianza.
Tal vez se están extinguiendo
como los dinosaurios, pero, todavía se hallan personas que hacen un gigantesco
esfuerzo por llevar una conducta correcta, conforme a las reglas morales y a
los principios cristianos.
No son mortales que están
alardeando de ser cristianos o "que cumplen con todo lo moral", son seres
humanos corrientes: de todos los colores y apariencias que procuran cumplir con
esa máxima norma: “No hagas a otros lo que no te gustaría que te hagan”.
No hay duda de que éstas personas
cuyas cualidades se han señalado, son “dignas de confianza”, pues harán todo lo
posible por quedar bien con sus semejantes.
Lo que causa tristeza y dolor es
cuando se le falla a quienes confían en uno. En cierta forma no es un pecado ni
tampoco una acción premeditada, si se ha hecho todo lo humanamente posible por
quedar bien.
El verdadero problema radica en
la “imperfección humana”. Los errores y las fallas siempre acompañarán a los
mortales desde que nacen. Una gran cantidad de hombres y mujeres se frustran y
abandonan la senda de la lucha por hacer lo correcto, "debido a las fallas que se cometen", y
más cuando salen perjudicadas las personas a quienes se les quería ayudar.
Estar exentos de errores es inevitable.
Cuánto más busque hacer bien las cosas, más errores cometerá… “Ésta es una
regla que no falla”. Hay que aprender a vivir así. Lo único que se puede hacer es buscar la fuerza necesaria para superar tal situación.
…No
dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda. Salmo 121
Por: Eric Aragón
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