El libro de Marcos presenta la historia de un hombre, que a pesar de
tener un serio impedimento físico –ceguera- no dejó pasar, tal vez la única
oportunidad que tendría en su vida, de llamar la atención de Jesús, que en ese
momento salía de Jericó con sus discípulos y gran multitud de personas.
El ciego Bartimeo, estaba sentado junto al camino mendigando y oyendo que
era Jesús –imagínese la escena- el hombre se olvidó de las limosnas, de su ceguera,
no le importó nada, sólo gritar y gritar: “¡Hijo de David, ten misericordia de
mí!”
He aquí un hombre que aprovecha la mejor oportunidad de su vida para clamar,
orar, rezar, pedir, arrodillarse, acercarse, no interesa la palabra que
utilicemos; lo importante es acercarse a Jesús “con el corazón en la mano”, “con
toda nuestra sinceridad”, para decirle en ese preciado momento: “Señor Jesús,
mi vida es tuya, sin ti nada puedo hacer, no tengo fuerzas para seguir
adelante, no puedo resolver mis problemas que tanto me perturban, no puedo
avanzar en la vida, me siento solo y abandonado… pero Señor Jesús yo creo
firmemente que tú me puedes ayudar…”
Siga el ejemplo del ciego de Jericó, que no permitió que nadie lo
callara ni lo hiciera dudar de su Fe en Jesús. Gritemos como lo hizo el ciego
Bartimeo: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”.
Por: Eric Enrique Aragón
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