“El Dios que hizo allí habitar su nombre, destruya a todo rey y pueblo que pusiere su mano para cambiar o aniquilar la casa de Dios, la cual está en Jerusalén”. Libro de Esdras, Antiguo Testamento.
A pesar de que el Dios Yahveh, Dios del cielo, es infinito y habita en todas partes del universo; le ordenó a la nación hebrea construir un templo (casa de Dios), para que ofrecieran sacrificios y alabanzas agradables a Él. No se debe olvidar que la nación de Israel fue escogida por Dios, para mostrar su grandeza y llevar la luz divina al resto de la humanidad.
La casa de Dios estaría en Jerusalén, capital actual del estado de Israel; de modo tal, que esta tierra se convertiría, inmediatamente, en un lugar Sagrado para todo el mundo, sin excepción. Sus habitantes, los de origen hebreo, serían siempre protegidos por Dios.
En nuestros días, la protección y bendición que Dios le prometió a los patriarcas de la nación hebrea y sus descendientes, sigue vigente para los que residen en el Israel, del siglo XXI. Debe aclararse que esta protección y bendición divina, abarca a los diversos grupos étnicos y religiosos, que habitan en el estado de Israel. También, a los visitantes y turistas que colocan sus pies en Tierra Santa (Israel).
Aquellos intelectuales, líderes mundiales y gobernantes de Europa, América y Asia, principalmente, deben entender que no se puede desafiar a la naturaleza. El Dios del cielo le dio al ser humano: una gran inteligencia -¡Bendito sea Dios por eso!- y con ésta ha realizado grandes inventos, en el campo científico y tecnológico; pero, jamás ha podido ni podrá enfrentarse a los fenómenos de la naturaleza; como el tsunami, ocurrido en Japón (uno de los países más industrializados del mundo); o los tornados, huracanes, terremotos y otros desastres naturales, que han hecho mucho daño en el país más poderoso, Estados Unidos de Norteamérica.
Si no se puede contra la naturaleza, entonces ¿Cómo pretenden algunos seres humanos destruir a Israel, la casa de Dios? A lo largo de la historia del hombre, muchos reinos poderosos, se han atrevido a atacar y saquear a Israel –y de hecho lo lograron-; no obstante, todos terminaron destruidos por la propia ira de Dios. ¡Quien ataca a Israel, lo hace contra el mismísimo Dios Yahveh! ¡Aquí está su casa…! !Tierra Sagrada!
Aquellos que reconocieron la grandeza del Dios del cielo, recibieron bendiciones. Por ejemplo, en la antigüedad, los reyes persas: Ciro, Darío, Artajerjes y Asuero, no sólo permitieron al pueblo hebreo construir la casa de Dios, en Jerusalén; sino, que ellos mismos aceptaron el poder del Dios Yahveh.
El rey Ciro, decía: “…Jehová, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra y me ha ordenado que le edifique casa en Jerusalén, que está en Judá…”
Yo, Darío, he dado el decreto: “Dejad que se haga la obra de esa casa de Dios… Para que ofrezcan sacrificios agradables al Dios del cielo y oren por la vida del rey y por sus hijos…”
Todos estos reyes de Persia (Irán) y otros personajes que habitaban en las regiones cercanas -que hoy día son: Egipto, Irak, Siria, Palestina y otras naciones árabes- que de una u otra forma, reconocieron al Dios de los cielos; tuvieron la dicha de sentir la protección divina.
El Dios de Israel, es un Ser poderoso que busca mostrar su poderío de amor, unidad, fraternidad, solidaridad y prosperidad, a todos los pueblos del mundo; especialmente, a las naciones vecinas. Sin embargo, para que se logre tal evento: “Los palestinos, árabes e israelíes, deben dar el paso sincero hacia una relación de respeto, paz y armonía”. Se debe buscar y fortalecer aquellos aspectos de unidad y no de discordia…
Tampoco debe permitirse que grupos con intereses negativos, tomen el control y la iniciativa, en las relaciones árabes-israelí.
Por: Eric Enrique Aragón
1 de junio de 2011