¡Cuánta gente habla de honestidad...! Sin embargo, son pocos
los que se esfuerzan por alcanzarla. Es como un gran tesoro que hay que buscar
con afán y sacrificio, pero, no todos están dispuestos a dar ese gran paso.
En las campañas políticas se aprecia más este fenómeno. Los candidatos
a puestos de elección son grandes magos vendiendo la imagen de honestidad y transparencia. Cuando
usted los ve a través de los medios televisivos logran convencer a los ingenuos -que por cierto son la mayoría- con sus
lindas palabras y cara de “angelitos”; no obstante, una gran parte de aquellos
que ganan, sin esperar mucho van sacando las garras de lo que verdaderamente
son: “aves de rapiña”.
El poder real no lo tienen ellos, sino los ciudadanos que ejercen
el voto. Es fundamental, que se vea más allá de las apariencias. La persona que
ejerce el voto, debe analizar la trayectoria del candidato en el plano privado,
profesional y público, buscando que haya seriedad y consistencia a lo largo de
los años… Y aún así a veces nos equivocamos, ya que lamentablemente el dinero
corrompe a mucha gente; pero, por lo menos el que ejerció el sufragio se
sentirá satisfecho consigo mismo, porque le dio valor a su “voto”.
“El concepto honestidad -del latín “honestitas”- se puede
definir como la virtud de decir la verdad, ser decente, razonable, recatado y
justo”. Wikipedia.
La calidad de un candidato a puesto de elección se mide por
su honestidad. Y ésta debe prevalecer siempre, en todos los tiempos y facetas
de la vida. En otras palabras el conjunto de acciones a lo largo de la vida,
permiten evaluar la calidad de un mortal y sobre todo a los que administrarán
los proyectos del Estado.
Un funcionario público puede ser deshonesto, tramposo,
mentiroso y de baja moral que le gusta moverse en la oscuridad, o puede ser un funcionario de buena calidad y excelencia,
que nunca pasará de moda; porque siempre contribuye al desarrollo de su país
con sus acciones, ya sean privadas o públicas.
Por: Eric Enrique Aragón
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